Rafael Mendoza Castillo
En un principio transitamos de la comunidad a la sociedad, sin embargo, hoy, los procesos de globalización capitalista están destruyendo lo social y sus correspondientes organizaciones e instituciones sociales, con el fin de incorporar el sentido totalitario y dogmático denominado mercado libre, privatización y desregulación. Este último sentido pretende descansar ahora en el individuo, soportando lo anterior, en el respeto a la dignidad de la persona (moral). No rechazo el respeto a los derechos humanos, solamente subrayo que esa lucha tiene serias limitaciones al contemplar solamente la parte moral de la persona y se olvida de la ética, la política, para luchar por la liberación radical de la sociedad, en lo referente a su estructura, procesos y tendencias.
La preocupación ya no es la identificación con las grandes causas sociales, sino que el interés gira en torno del individuo. La metamorfosis de lo social se orienta hacia el individuo, sobre su propia libertad. En este caso el consumo aparece como el espacio de realización personal. En donde la caverna antigua, como diría José Saramago y ahora los grandes centros comerciales, sustituyen a los lazos sociales, a lo público.
Es sintomático que en el marco de la defensa de los derechos humanos solamente se incluye lo que compete a lo individual y se excluyen las conquistas colectivas, que sí fortalecían y fortalecen la cohesión social. La guerra, la violencia, los asesinatos políticos recientes y el miedo, son elementos que colaboran para que lo social sufra una permanente erosión. Además anuncian la obsolescencia del sistema de dominación neoliberal.
El individuo encontraba elementos externos o referencias para construir el mundo social, pero hoy aquél se convierte en su propio autorreferente. Volver a uno mismo y olvidar a los otros, es la consigna de la globalización neoliberal. El individuo como autorreferente se incluye en lo que Gilles Lipovetsky llamó la era del vacio, es decir, el cultivo exclusivo del yo individual. Pasamos de una sociedad de productores a una sociedad de consumidores.
La erosión de lo social en México muestra cómo las instituciones sociales, con las cuales el individuo, los grupos o las clases sociales se identificaban, hoy, se desmoronan. Así, como ejemplo de lo anterior, tenemos el caso del Estado de bienestar, la Suprema Corte Justicia de la Nación (SCJN) (aplica la justicia según convenga al interés de la oligarquía o el momento electoral, Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), Instituto Federal Electoral (IFE), partidos políticos. Aunque la vuelta al individuo tiene como ventaja el hecho de que éste pretende evitar los constreñimientos impuestos por las mismas instituciones sociales y la propia socialización (internalización).
En estos momentos estamos asistiendo a la descomposición acelerada del tejido social, es decir, de la sociedad mexicana. La gente tiende a refugiarse en lo individual, lo familiar, pequeñas comunidades, las cuales se orientan hacia el encuentro de sus propias seguridades. La fragmentación sustituye a las totalidades sociales, grupos, comunidades y clases sociales. Como bien afirma Sergio Zermeño: “Al desarticular violentamente el tejido social intermedio, de por sí endeble; es decir, al alejar a sectores mayoritarios de su sociedad de los estándares occidentales en lo referente a niveles de vida, justicia social y conductas democráticas basadas en el fortalecimiento de la ciudadanía”.
Si observamos, críticamente, el pasado proceso electoral (4 de julio), con su guerra sucia entre todos los partidos e incluidos medios de comunicación, nos daremos cuenta que asistimos a un desordenamiento en lo político y en donde se aprecia la exclusión y debilitamiento de lo social, como resultado directo del proceso de inclusión de la economía en la globalización neoliberal y su cemento, la corrupción y la impunidad.
Recordemos el comportamiento político del Estado centralizado y autoritario, que desde ese espacio se impuso una conciencia nacional, que incorporó de manera forzosa, la diversidad cultural real, mestiza, criolla, negra e indígena. En ese juego de imposiciones, se silenció y excluyó la cultura de los pueblos originarios. Se pretendió construir una unidad mecánica, sin diferencias (como la que ahora pretende Felipe Calderón y la oligarquía). En el momento en que se dejó de lado el Estado centralizador, de unidad forzosa, más o menos repartidor de resultados del desarrollo capitalista, en donde el individuo se veía como espectador, no como actor social creador de destino histórico, aparece el modelo neoliberal (1982), impuesto vía el Tratado de Libre Comercio (salinato), en donde la economía del país quedó inscrita, por voluntad de la oligarquía, que no por decisión del pueblo, en la globalización.
El proceso globalizador o modernizador se convirtió en un disolvente poderoso de lo social: se desmoronan las identidades colectivas y los espacios de interacción comunicativa y de formación critica de lo público. Así, aparecen como disolventes de lo social, fenómenos de extrema pobreza, de desigualdad brutal, de exclusión; también un desmantelamiento de actores sociales, sindicatos ( SME), organizaciones sociales y, por último, la integración de individuos y grupos al consumo, que no es otra cosa que su inclusión en lo privado.
Los procesos electorales del 4 de julio se convirtieron en instrumentos que cooperan en la disolución de lo social, ya que eliminan a la democracia social, para sólo quedar la democracia política, misma que sólo le interesa el acceso al poder, a cualquier precio, reparto del botín (cúpula charra del SNTE), para incrementar poder y riqueza en pocos y desmantelar los valores de solidaridad, de igualdad, de justicia, como elementos que sí permiten la cohesión de lo social. Lo anterior es sustituido por los atributos individuales (competencias).
El miedo, la violencia, la desigualdad y la guerra, son hechos provocados desde el poder de dominación y explotación, con la finalidad de erosionar el tejido social y de paso, privatizar lo público y arrojar por la borda lo social, y sustituir a este último, por las preocupaciones de un sujeto personal privatizado, que busque lo mínimo, que viva con lo mínimo, que consuma lo mínimo y se aleje de la política como escenario público; lugar éste donde podría tomar decisiones, a fin de transformar su mundo histórico-social. Otro mundo es posible.