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lunes, 22 de noviembre de 2010

El Centro Histórico y su red eléctrica

México D.F.- Desde principios del sexenio pasado se empezó a trabajar en la renovación de las calles del Centro Histórico y la infraestructura que hay bajo ella. Se trataba de que los efectos de la renovación tuvieran una duración muy larga. La capa de la calle era en total de 40 centímetros de espesor. La primera mitad era una mezcla más suave, la de arriba es de concreto hidráulico, muy resistente. La idea era que esta combinación resistiera los hundimientos desiguales que se han dado en esa parte de la ciudad. Se calculó que las obras durarían 50 años.
También los conductos –de agua, drenaje, electricidad para el alumbrado público y cables para los teléfonos y los que alimentan la energía eléctrica en general– tenían esa resistencia. Por ejemplo, los aislantes de los diversos cables son de un material muy resistente, pero también flexible, con la misma idea: un hundimiento desigual no iba a romper el cable ni su aislamiento. En el caso de la red eléctrica, la de alta tensión se instalaba, lógicamente, a mayor profundidad que la de tensión media. También se renovaron de manera similar las banquetas. La mayoría de las calles situadas entre el Eje Central, el Zócalo y 20 de Noviembre fue transformada, y algunas más.
Menciono esta experiencia –me tocó no sólo trabajar en estas obras, sino participar en reuniones preparatorias de las mismas– porque se habla de que las instalaciones de Luz y Fuerza del Centro en el Centro Histórico simplemente son obsoletas, y buena parte de éstas no lo son, ni mucho menos.
No sólo hay que recordar esto. El Centro Histórico, como otras partes de la ciudad, tiene red de distribución eléctrica subterránea. Transformadores, cables y otros componentes están bajo tierra, en bóvedas o en ductos. Y no sólo eso, sino que tiene red subterránea automática. Esto quiere decir que hay un sistema computarizado que si detecta, por ejemplo, insuficiente energía en un área, si detecta bajo voltaje, envía a la zona del problema más energía de otras partes, y el voltaje se recupera, queda igual que el de éstas.
Es cierto, además de lo dicho, que hay zonas importantes de la red que ya son viejas. Pero para el personal que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y la mayoría de quienes recibieron esa red para su atención, que son de empresas privadas de otras ciudades, más que encontrar chatarra, encontraron equipos demasiado avanzados para su experiencia anterior, en ciudades que no tienen nada de esto.
Entre los numerosos hechos similares, el 11 de noviembre pasado estallaron varias bóvedas subterráneas del Centro Histórico, con numerosos heridos y varias horas de suspensión de la energía eléctrica.
Me voy a referir a datos publicados hace unos días en estas páginas, provenientes de la Secretaría de Protección Civil del DF. En 2007, con una buena parte del Centro Histórico recién renovada, el número total de incidentes con la red eléctrica –explosiones, cortos, incendios y otros hechos– fue de sólo siete; en 2008 fueron 30. Seguía habiendo obras en el centro, pero ya en partes más marginales y posiblemente con menor consumo eléctrico que el de las áreas principales. Ya en 2009, año en que durante casi tres meses la zona de que hablamos fue atendida por CFE y las empresas que contrató, fueron 74 los incidentes.
Y en lo que va de 2010, los percances eléctricos fueron 152. ¿Qué mantenimiento podían dar a esta red la CFE y las empresas que contrató? ¿Qué sabían de la red subterránea automática? ¿Qué mantenimiento sabían que había que darle, y cómo? ¿Y esas bóvedas con un gran transformador? ¿Por dónde llega la alta tensión? ¿O incluso, por dónde sale la tensión media, que de todos modos son 23 mil volts? No es casual que se hayan accidentado empleados de algunas de esas empresas privadas.
Todo esto nos da una idea de la gran irresponsabilidad implicada en destruir todo un dispositivo que construyó y dio mantenimiento durante décadas a esta red eléctrica, y ponerlo en manos de la CFE, que no conocía esta red, sino también de empresas privadas que menos la conocían.
Ahora se anuncia una nueva red. El director general de la paraestatal prometió que durante las obras no habría ningún apagón (¿puede cumplirlo, después de los 152 eventos de este año?). El encargado de este proyecto por parte de la CFE dijo que no se trata de reparar la red existente, debido a los elevados riesgos que implica. No aclara nada sobre las amplias áreas arregladas en años recientes, como parte de la renovación general, ni en qué medida los riesgos son por la ignorancia del personal de CFE y sus contratistas. Tampoco aclara por qué antes no había esoselevados riesgos, por ejemplo en 2007, cuando hubo sólo siete incidentes, frente a los 152 de lo que va de este año.
También dice el funcionario que sólo en algunos sitios se tendrá que abrir zanjas en el pavimento y que se usaríantopos. ¿Y los 50 años de duración de las obras relativamente recientes? ¿Seguro que deben cambiarse esas amplias áreas renovadas, incluyendo la red eléctrica, a partir del sexenio pasado? ¿Qué tanto de las nuevas instalaciones subterráneas, como ductos y cables, va a ser destruido por los topos?
Ya sé que lo que sigue les va a doler mucho y que nunca lo van a reconocer, pero miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas, como ingenieros, técnicos y trabajadores de Luz y Fuerza del Centro, fueron parte activa de estas obras. Y deberían ser parte de la solución. También, por lo menos, deben participar algunos de los que se desempeñaron en la transformación del Centro Histórico en general, antes que de empiecen a destruir una obra tan importante en esa zona de la ciudad.

Antonio Gershenson

Focos rojos en Sedena ante posible intervención de EU

  • Militares en activo, generales y coroneles –que ocupan cargos operativos en el Ejército Mexicano– manifiestan su preocupación ante la posible intervención militar de Estados Unidos en México. Se muestran frustrados por la política de Felipe Calderón, obsequiosa ante los duros del Pentágono, y advierten que se construye el “escenario” para el ingreso de tropas estadunidenses a territorio nacional. Señalan que una parte del caos y la violencia en ciudades mexicanas es inducida desde el exterior con la anuencia del gobierno federal. Especialistas en seguridad nacional coinciden en que se generan las condiciones que justifiquen una “cooperación más estrecha” en el plano militar entre ambos países

México.- El pasado 18 de junio, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calificó como “superpotencia” a las bandas del narcotráfico que operan en México. El hecho apenas mereció unas líneas en páginas interiores de algunos medios impresos. Pero militares de la Segunda Sección del Ejército Mexicano (encargada de las labores de inteligencia) terminaron por desesperarse: observan como inminente la llegada de tropas estadunidenses al país, una demanda de los sectores castrenses más duros de la Defensa Nacional de Estados Unidos.
“Institucionales”, acostumbrados a callar sus diferencias con los civiles y renuentes a comentar las discrepancias al interior de las Fuerzas Armadas, esta vez los militares prefieren hablar. Señalan que parte de la violencia que se ha desatado en las últimas semanas podría ser “inducida”. Y acusan al gobierno de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa de preparar el “escenario” para una intervención estadunidense abierta.
Aseguran contar con información de que los atentados con carros bomba (uno realizado en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 16 de julio, y dos más en Ciudad Victoria, Tamaulipas, el 26 de agosto de 2010) pudieron no ser obra de las bandas de narcotraficantes. Incluso, es probable que no hayan sido realizados por mexicanos.
“No es el modus operandi de los cárteles ni de los grupos armados con reivindicaciones políticas”, dice uno de los divisionarios que solicita mantener bajo reserva su identidad. Agrega que en círculos castrenses existe inquietud ante la desestabilización del país y las acciones del gobierno federal que, más que contenerla, parecen propiciarla.
Las declaraciones a Contralínea de militares en activo del Ejército son válvulas de escape y señales de lo que ocurre en el ámbito castrense. A decir de Guillermo Garduño –especialista en Fuerzas Armadas e investigador adscrito a la Universidad Autónoma Metropolitana y conferencista en el Colegio de la Defensa Nacional–, los militares están desesperados porque los comanda un grupo de civiles que “ni idea tiene de lo que son las Fuerzas Armadas”. México no ha creado una elite civil que conozca al Ejército Mexicano, a la Marina Armada de México ni a la Fuerza Aérea.
De acuerdo con los generales y coroneles que solicitan no revelar sus nombres, la supuesta “estrategia” para permitir el ingreso de tropas estadunidenses a territorio mexicano con los menores costos sociales contaría con dos vertientes: al interior, donde se buscaría que la propia sociedad mexicana demande más “seguridad” sin importar el origen de la “ayuda”; y al exterior, en el que los países consideren que la intervención sería “humanitaria”, ante bandas criminales que han superado al Estado mexicano.

Las presiones, en ascenso

En el estudio La globalización del delito: evaluación de la amenaza del crimen organizado trasnacional, presentado el pasado 18 de julio, la Oficina de la Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito señala que la “superpotencia” mundial de criminales organizados “ha generado una guerra por territorios y nuevas rutas entre bandas de traficantes, particularmente en México”.
Ya antes, el informe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, aprobado para su publicación el 25 de noviembre de 2008 y dado a conocer en enero de 2009, Joint Operating Environment. Challenges and implications for the future Joint Force (JOE) –título cuya traducción sería Contexto de la Operación Conjunta. Desafíos e implicaciones para el futuro de las operaciones de las Fuerzas Conjuntas– advirtió que el Estado mexicano podría ser incapaz de mantener la estabilidad en los próximos años. Y colocó al país como un Estado fallido con características similares a Afganistán. En el mismo documento, el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos “recuerda” que “un México inestable podría representar un problema de seguridad de enormes proporciones” para ese país.
Las presiones estadunidenses fueron subiendo de tono y de número. El 10 de marzo de 2009, el director de la Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Dennis Blair, señaló que México no controlaba todo su territorio. Para julio de ese mismo año, el informe La narcoinsurgencia de México y la política antidrogas de Estados Unidos –del Instituto de Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra del Ejército, dependiente del Pentágono– planteó que México vivía “una transición del gangsterismotradicional de asesinos a sueldo a terrorismo paramilitar con tácticas de guerrilla”. Además, el 17 de ese mes Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interior de Estados Unidos, declaró que el Ejército Mexicano había fracasado en su lucha contra el narcotráfico en la fronteriza Ciudad Juárez.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad de este 2010, el discurso de las autoridades estadunidenses y de la ONU ha sido cada vez más contundente: México es incapaz de controlar a las bandas del narcotráfico y su ineficiencia es una amenaza a la seguridad de varias regiones del mundo, incluyendo Estados Unidos.

“Todo se va acomodando”

El embajador Henry A Crumpton, exoficial de operaciones clandestinas de la Agencia Central de Inteligencia y excoordinador de la lucha contra el terrorismo en el Departamento de Estado, aseguró que México vive una “narcoinsurgencia”. A principios de septiembre pasado, en una entrevista conWall Street Journal, Crumpton reconoció que ese concepto es “particularmente incendiario” para los mexicanos por su temor histórico a que el ejército de Estados Unidos se ponga al frente de la lucha antinarcóticos.
La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, retomó el concepto vertido por Crumpton y, el 8 de septiembre, agregó que México “se está pareciendo más a como se veía Colombia hace 20 años”. En esa misma declaración, defendió el Plan Colombia, del que, aseguró, sí dio resultados en la lucha contra el narcotráfico.
“Todo se va acomodando”, dice a Contralínea un general que solicita mantener bajo reserva su nombre. Llamar “superpotencia” al narcotráfico es considerar que las Fuerzas Armadas de México no son suficientes para combatir a una “amenaza mundial”. El “peligro” de una intervención es real, agrega.
En efecto, oficiales estadunidenses consultados por Wall Street Journal explicaron que “el gobierno mexicano parece estar cada vez más abierto a una mayor cooperación, debido a que la situación de seguridad está empeorando”. En declaraciones publicadas el mismo 10 de septiembre, el embajador mexicano en Washington, Arturo Sarukhán, dijo: “Hemos alentado a Estados Unidos a mejorar y profundizar la cooperación con México”.
A los agentes de la Oficina Binacional de Inteligencia –establecida en agosto pasado y anunciada en marzo de este año, luego de las reuniones de “alto nivel” celebradas en México entre la plana mayor de seguridad nacional de Estados Unidos y sus pares mexicanos– se suman los “Cuerpos de Paz”.
Tan sólo durante la semana del 7 de noviembre llegaron 39 “voluntarios”, como informó la embajada estadunidense en México. Estos nuevos voluntarios se integran a trabajos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Comisión Nacional de Áreas Protegidas.
Previamente, a lo largo del año, habían llegado 33, que estarían integrados a la propia Semarnat en programas de manejo de áreas protegidas, ecoturismo, educación ambiental y desarrollo de negocios sostenibles; y 12 más, en los programas del Conacyt en transferencia tecnológica, tecnologías de la información, desarrollo de negocios y organizaciones y enseñanza del idioma inglés.

La intervención blanda

Especialistas consideran que, como nunca desde la Revolución Mexicana, el país se encuentra al borde de una intervención militar estadunidense. Coinciden en que mientras más desestabilizado se encuentre el país, mayores serán las posibilidades de que marines “colaboren” en territorio mexicano.
“Ése [el de la intervención] es el tema en los círculos de la inteligencia en México”, señala Abelardo Rodríguez Sumano, investigador del Centro de Estudios sobre América del Norte de la Universidad de Guadalajara.
El especialista en temas de seguridad nacional de México y Estados Unidos señala que la intervención estadunidense tendría como origen el “vacío” que han dejado las autoridades mexicanas.
“No hay un consenso en el sistema de seguridad nacional en cuanto a la relación con Estados Unidos. Estamos desarticulados en el aspecto de la ‘colaboración’. Hay sectores, como el de la Marina [Armada de México], que la quieren. Y otros, como el del Ejército [Mexicano], que se resisten. Y mientras no haya acuerdo y se generen estos vacíos estratégicos, los estadunidenses los van a ocupar. Ellos sí tienen claro qué quieren respecto de nosotros.”
Para el doctor Guillermo Garduño Valero, la intervención no es un hecho del futuro inmediato: “Ya está ocurriendo”. Agrega que los propios estadunidenses consideran que no son necesarias en este momento las tropas de ellos en el país.
“Se trata de una guerra de ellos; pero           que la libran, como la mayoría de ellas, a lo largo de su historia, fuera de su territorio. Ellos ya están aquí. Ya intervienen, pero los que ponen las vidas son los mexicanos”, asegura.
Al final, concede: “Cuando las instituciones mexicanas se agoten, entonces sí tendrán que responder ellos directamente… Y va a ocurrir”.
Para Jorge Luis Sierra, especialista en seguridad nacional y Fuerzas Armadas, la preocupación de los sectores militares mexicanos ante una posible intervención estadunidense no es nueva. El egresado del Centro de Estudios de la Defensa Nacional, de la Universidad de la Defensa Nacional en Washington, explica que después del ataque a las torres gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, la inteligencia militar mexicana advirtió que Estados Unidos querría instalar bases militares en México.
La advertencia habría quedado plasmada en un documento elaborado en 2003: la minuta de la reunión de las dos generaciones de maestría en seguridad nacional que las Fuerzas Armadas mexicanas imparten. Se trataría de la elite castrense egresada del Colegio de la Defensa Nacional (a cargo de la Secretaría de la Defensa Nacional) y la del Centro de Estudios Superiores Navales (a cargo de la Secretaría de Marina).
Para el senador René Arce, integrante de la Comisión Bicamaral de Seguridad Nacional, Estados Unidos “siempre ha intervenido en México en cuestiones de inteligencia”. Arce cuestiona: “Ahora sí nos quieren parecer muy patriotas y marcar su línea, cuando lo que les ha molestado [a las Fuerzas Armadas mexicanas] es que les digan que violan los derechos humanos; ése es el problema. La presencia de militares y gente de inteligencia sí existe, pero es discreta”.
Abelardo Rodríguez señala que incluso para el sector militar más duro de Estados Unidos, el Departamento de Defensa, los marines debieron desplegarse en México desde hace meses.
“Pero históricamente está visto que una vez que Estados Unidos se instala en algún país, es muy difícil que salga”, advierte.
EPR, también en alerta ante posible intervención
La posible intervención estadunidense en México no sólo ha sido advertida por las Fuerzas Armadas Mexicanas, sino también por los grupos guerrilleros. El Ejército Popular Revolucionario (EPR), considerada la guerrilla con mayor capacidad de fuego en México, señaló que cuando Estados Unidos utiliza los conceptosnarcoinsurgencia y narcoguerrilla, está señalando que intervendrá militarmente.
En su órgano de difusión El Insurgente, correspondiente a septiembre y octubre de 2010, el EPR y su organización política, el Partido Democrático Popular Revolucionario, señalan que el “gendarme del mundo” es el que acuña los términos narcoinsurgencianarcoguerrillanarcoterrorismo con el fin de intervenir en México, y también con el de relacionar a la lucha de reivindicaciones políticas y sociales con el crimen organizado.
El EPR rechaza que la delincuencia organizada, principalmente los cárteles del narcotráfico, sea “insurgencia”. Equipararlos equivaldría a criminalizar la pobreza. Se trata, asegura, de un ardid de la guerra de baja intensidad diseñada por los militares estadunidenses.
El narcotráfico es una empresa capitalista; nada tiene que ver con la guerrilla en México, concluye el EPR.

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