La creciente colonización de los territorios ocupados lleva violando leyes internacionales desde 1967. En 1967, apenas unas horas después de la invasión de Cisjordania y Gaza, el ejército israelí derribó el barrio árabe de Al Mughrabi, de 800 años de antigüedad, en la ciudad vieja de Jerusalén, frente al muro de las lamentaciones
130 casas fueron demolidas y más de 600 palestinos expulsados, que fueron a parar al campo de refugiados de Shufat, en Jerusalén. Su lugar lo ocupó una explanada que permitía albergar a más devotos, así como varias casas destinadas a adinerados inmigrantes judíos estadounidenses; era el primer asentamiento ilegal de Israel en Palestina.
La colonización en los territorios ocupados aumentó su ritmo desde entonces, violando, una detrás de la otra, las resoluciones de la ONU y las leyes internacionales; hoy existen ya cerca de 200 asentamientos, según el Applied Reasearch Institute de Jerusalén. La ley doméstica israelí permite y alienta la construcción de colonias, pero la Convención de Ginebra prohíbe en su artículo 49 la transferencia de población del territorio ocupante al territorio ocupado. La Ley Internacional prevalece sobre la particular, lo que significa que todas y cada una de las colonias israelíes al este de la línea verde (incluida a Jerusalén Este) son ilegales.
Los asentamientos ocupan el 1,5% del territorio cisjordano, pero sus construcciones complementarias -carreteras exclusivas para colonos que encierran a los poblados palestinos, checkpoints para facilitar el paso de los colonos y dificultar el de los árabes, áreas militares cerradas alrededor de los asentamientos que confiscan tierras de cultivo de pueblos palestinos vecinos y el muro, que aísla ciudades árabes enteras- otorgan a las colonias el poder fáctico sobre el 60% de la tierra.
Pero Israel también utiliza a sus propios ciudadanos para llevar a cabo sus planes. Según Jeff Halper, presidente del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas, "el 85% de los 500.000 colonos que existen en Cisjordania y Jerusalén Este lo son por motivos económicos y no entienden nada de ocupación. Preferirían vivir en Jerusalén o Tel Aviv, pero viven en los bloques de asentamientos que se encuentran pegados al borde de la línea verde por el lado palestino -Ariel en el norte, Maale Adumim en el centro y Gush Etzion en el sur- porque allí las casas son mucho más baratas."
En Israel no existe la tierra privada donde uno pueda construir su propia casa. El suelo del estado hebreo "pertenece a todos los judíos del mundo y, por tanto, es gestionado por el gobierno israelí; esto significa que es el gobierno el único que decide dónde y cuándo se construyen las viviendas", explica Halper. A la hora de llevar a cabo los planes urbanísticos de Israel y los territorios ocupados, el Ministerio de Vivienda (el mismo para ambas partes) asigna diversos grados de prioridad a diversas zonas de cara a invertir en desarrollo. "Eso significa que en las zonas de prioridad A se pagarán menos impuestos, se obtendrán mejores hipotecas y se afrontarán menos tasas si se abre un negocio; así que para una pareja joven recién casada sin mucho dinero, esto es una opción muy atractiva", señala Halper. "El plan no estaría mal pensado de no ser porque en los últimos 30 años, prácticamente todas las zonas de prioridad A, casualmente, estaban en Cisjordania". Según la OLP, "en los últimos 10 años el crecimiento poblacional de los asentamientos israelíes en territorio palestino ha sido tres veces mayor que en el resto de los centros poblacionales de Israel".
Los colonos ideológicos, es decir, aquellos que creen que Dios les entregó la tierra y deben recuperarla de manos de los árabes, se encuentran en los asentamientos situados en el corazón de Cisjordania, entre poblaciones palestinas, donde ningún otro israelí quiere ir. "El gobierno deja que estén allí porque hacen el trabajo sucio que ni siquiera puede llevar a cabo el ejército, el cual se limita a protegerlos; acosan a los palestinos atacándolos a ellos y a sus casas, robándoles las tierras o impidiéndoles que vayan a cultivarlas, para ejercer presión sobre ellos y que se vayan", explica Halper.
La eliminación de los asentamientos allanaría en gran medida el camino hacia la paz entre israelíes y palestinos, pero para ello hace falta que el gobierno israelí esté dispuesto a enfadar a 500.000 votantes que, bien porque creen que cumplen una misión divina o bien porque necesitan huir de los precios prohibitivos de la vivienda en Jerusalén y Tel Aviv, no tienen intención de moverse de Cisjordania.
Negocio Boyante
Y este no es el único motivo para seguir permitiendo la construcción de asentamientos. La colonización es un gran negocio. Según Suhail Jalilieh, analista político palestino del Applied Research Institute de Jerusalén, la adquisición de tierras, en muchos casos, "le sale muy barata al gobierno israelí, puesto que las obtiene confiscándoselas a las palestinos. Esto le permite ofrecer a su propia población las viviendas que construye en unas condiciones, un precio y unas ventajas fiscales sin competencia en el interior de Israel".
Existen lugares intermedios que el gobierno hebreo desea controlar, para lo cual recurre al mercado internacional. "Construye lujosos chalets con piscina y los ofrece a otros países a través de agencias extranjeras", señala Halper, para añadir que "donde más triunfa esta iniciativa es en Estados Unidos y Francia". Así, "Israel utiliza las casas de verano de los extranjeros para ocupar los territorios que le interesan", lamenta Jalilieh.
Los asentamientos industriales también encuentran grandes posibilidades en suelo cisjordano. Muchas empresas israelíes trasladan sus fábricas allí porque "reciben incentivos fiscales para hacerlo y porque no tienen que cumplir normas medioambientales y laborales que sí deberían cumplir dentro de Israel", asegura Jalilieh. Por eso, "el territorio ocupado palestino atrae a las industrias más contaminantes, como las de aluminio, metales, químicos, fertilizantes y mataderos", detalla Halper. "Cisjordania es Israel sólo para lo que interesa", añade.
El futuro
Los sucesivos gobiernos israelíes han hecho un gran esfuerzo para que su población sea lo menos consciente posible de la ocupación. Así, los mapas que se incluyen en los libros de texto de los niños no contienen la línea verde, Cisjordania es "Judea y Samaria" en las apariciones públicas de los políticos, -en el mejor de los casos es territorio "administrado" o "disputado"- y, en general, "la visión del gobierno es que puede que las negociaciones den una tierra a los palestinos, pero hasta que no haya fronteras oficiales, no existe la ocupación", explica Halper.
Mientras, Israel sigue colonizando, pero con una estrategia en mente: "Construir tantos asentamientos como le sea posible para, llegado el momento, poder negociar con ellos y quedarse los que realmente le interesan", afirma Suhail Jalilieh. Así, según Halper, "cuando Israel desmonte decenas de asentamientos y pida quedarse con los más importantes, es decir, los bloques que se encuentran junto a la línea verde, la comunidad internacional accederá, al considerar que Israel ya ha hecho un gran esfuerzo". Sin embargo, "estos asentamientos están construidos sobre acuíferos palestinos," señala Jalilieh. "Si el muro deja los bloques del lado israelí, perderemos definitivamente el control sobre el 60% del nuestra agua".
La eliminación de las colonias es algo factible según Halper y Jalilieh: "Si el gobierno israelí decidiese realojar a los colonos en el interior de Israel, seguro que recibiría todo tipo de ayudas de la comunidad internacional. Luego, sólo quedaría que ambas partes llegasen a un acuerdo económico sobre los edificios", asegura. Lo que le preocupa es que "si el muro se termina de construir y la comunidad internacional lo acepta, Israel podrá declarar las fronteras de su país por el Este y consolidar el robo de la tierra: sería mucho más difícil dar marcha atrás", concluye.