Lic. Juan Manuel Lupercio Navarro.
DIRECTOR REGIONAL DE ‘ARGOSIS-REPUBLICA MEXICANA’
Los rehenes del bicentenario por televisión, mal pudieron escapar a la íntima tristeza melancólica que emanaba de los fuegos artificiales y el artificioso revisionismo histórico. Y vendrán con el 20 de noviembre los ánimos esquizoides de la transición en presente continuo: ciega, de espaldas a la memoria. Pero hubo el instante luminoso de la procesión de la UNAM, la presencia del rector José Narro en sesión de Congreso general, la reivindicación de la política social: el valor de la palabra.
Cien años de la Universidad Nacional. Y el recuerdo de la autonomía, en 1929; de la marcha encabezada por el rector Barros Sierra en el 68; los pies firmes en el pasado, en los años previos y los inmediatos a la Independencia, cuyo bicentenario conmemoramos hoy a pesar de la desmemoria y el desaliento. No hubo polarización facciosa ese día en San Lázaro. Hubo el aliento formidable de los honores rendidos a personajes nuestros, nativos, trasterrados, conciudadanos del mundo de la inteligencia y la búsqueda de respuestas. Inteligencia propositiva en Ramón Xirau y en Noam Chomsky; en el manifiesto económico de David Ibarra; en la luminosa ancianidad de la gran señora Frenk. en todos los recipientes de doctorados honoris causa en el centenario de la UNAM.
Y para mí, el pasmo por el inesperado silencio en torno a la notable figura conciliadora de Emilio Portes Gil: honor a quien honor merece. Así como lo hubo en abundancia para el doctorado ausente, para Carlos Monsiváis, presente siempre en sus libros; en el perdurable personaje popular: el Sabio Monsiváis en el Chanoc y en las alturas ajenas a la proverbial torre de marfil; en la defensa activa, constante del laicismo, de la tolerancia. La UNAM nos hizo recuperar conciencia de lo que somos, de dónde venimos, siempre en busca del horizonte.
Viene noviembre, y la Revolución que degeneró en gobierno lucirá sus galas y comprobará su permanencia, su sitial de privilegio en el imaginario colectivo. Viene entre las aguas desbordadas que inundan nuestro territorio y se van con las nubes que cruzarán nuestras tierras flacas sin dejar ni una llovizna para magras cosechas de temporal. Los cambios del calentamiento global han acelerado la frecuencia de los huracanes; la exhibición de incuria, de inequidad que asienta a los pobres en las zonas de riesgo, al borde de ríos y arroyos secos que recuperan la memoria retoman su cauce y arrasan con todo.
Ya estamos en plena campaña electoral del futurismo perenne. Ni hablar de la guerra y de un recuento de muertos que en estos días se concentra en autoridades municipales y periodistas que ejercen el oficio en territorios del Estado ausente. De ahí la penosa, agraviante respuesta del vocero Alejandro Poiré al grito de auxilio, a la invocación de El Diario de Ciudad Juárez. La única respuesta está en el imperio de la ley. Y no impera donde se vive el estado de excepción y el bandidaje ejerce el monopolio de la violencia armada. Hay demasiados espacios vacíos, desoladora ausencia del Estado. ¿Para qué hablar del estado de derecho si en nuestro sistema de justicia no se dicta sentencia ni siquiera en cinco por ciento de los asesinatos cometidos?
Conjuguemos el verbo madrugar. Cumplió años el PAN y Felipe Calderón convocó a volver a conquistar el poder. Que han vencido a maquinarias más poderosas, dijo. Y puso en marcha la sucesión presidencial. No cambian las manchas del leopardo. Aunque hoy combata molinos de viento el cesarismo sexenal y el retorno de los brujos resulta ser el renacimiento de los cacicazgos que se diluirían con la convocatoria de Calles a la era de las instituciones. Será porque se han demolido tantas de ellas que el miedo al autoritarismo presidencialista los hace ver fantasmas del golpismo archivado desde 1929; confundir seguridad pública con seguridad nacional, la política social con caridad cristiana.
En pleno septiembre llegó el fin del sexenio. Y Felipe Calderón empuñó el estandarte de la oposición. Pero su partido está en el gobierno; ejerce o debiera ejercer el poder que llama a reconquistar. Y empezó la desbandada, ordenada, disciplinadamente, como corresponde a la gente bien, a los opositores de origen. Gustavo Madero, el senador casi apóstol: anunció que deja el liderazgo de la fracción panista para ir en busca de la conducción del partido en la campaña electoral de 2012; lo siguió de inmediato Francisco Ramírez Acuña, el antiguo gobernador de Jalisco que madrugó para lanzar la candidatura de Felipe Calderón; fue su efímero secretario de Gobernación y luego coordinador de la bancada panista en San Lázaro. Y en las sacristías murmuran que dirigirá el partido Luis Felipe Bravo Mena. Los aspirantes visibles a la presidencia no llegan a la media docena. Digamos troika: Santiago Creel, Josefina Vázquez Mota y Alonso Lujambio.
Pero César Nava ha proclamado el retorno del PAN a la ruta de la victoria: reclama propias las gubernaturas de Puebla, Oaxaca y Sinaloa. Tres veces niega a Jesús Ortega antes de cantar el gallo en el estado de México. Pero han apostado la finca y los mangos a la derrota del PRI en esa entidad. Después de todo, es la de mayor población y
más votantes. Y para colmo, todos los oráculos de la modernidad, todos los encuestadores, sitúan a Enrique Peña Nieto en la cumbre, con una ventaja enorme sobre los presuntos contrincantes; tan presuntos como él, salvo que a su quehacer político hay que añadir la ventaja que le dan los del PAN y sus aliados de circunstancia que han convertido la elección de gobernador de 2011 en una prueba plebiscitaria que no puede perder Peña Nieto, porque no será candidato.
Con razón empezó Andrés Manuel López Obrador a caminar por el estado de México. En un municipio tras otro, en todos, dice el estratega de Nacajuca que hará campaña. Digamos que la hará el movimiento, para no atraer las iras institucionales del IFE. Y ahí va el caminante: declara a Peña Nieto candidato de la mafia oligárquica y televisiva, pero, sobre todo, condena la vergonzosa alianza del PRD con el PAN. Pregunta a los manifestantes si la aprueban: ¡No!, le responden. Y López Obrador exige a los de arriba: Quítense de una vez la careta y vayan a afiliarse al PAN. Jesús Ortega se desgarra las vestiduras: es antidemocrático llamar traidor a quien no está de acuerdo con uno, dice. Manuel Camacho calla y Marcelo Ebrard acelera el paso: está en campaña.
Somos la primera fuerza política, dice Beatriz Paredes, y prepara el relevo en el CEN del PRI. El gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, aseguró estar dispuesto a competir y buscar la dirigencia. Manifestarlo abiertamente le da una ventaja y genera simpatía entre muchos, incluso el de la voz, declaró Manlio Fabio Beltrones, quien hace política sin buscar lo que no se le ha perdido. Francisco Rojas hace cuentas en San Lázaro. No hay carta blanca para el presupuesto, ni miedo al veto presidencial. Es la economía...
Ricardo Flores Magón, Juan Sarabia, Antonio I. Villarreal, Enrique Flores Magón, Librado Rivera, Manuel Sarabia, afirmaban en la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (1906-1908): “El Partido Liberal Mexicano no trabaja para llevar a la Presidencia de la República a ningún hombre. Al pueblo le corresponde nombrar a sus amos si ello le place.
El Partido Liberal Mexicano trabaja para conquistar libertades para el pueblo, considerando como la base de todas las libertades la libertadeconómica
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