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jueves, 30 de diciembre de 2010

Poner al alcance de todos lo que sólo unos cuantos saben, la importancia de Wikileaks

Uno de los aspectos más satisfactorios de ser periodista es descubrir que los poderosos son hipersensibles a cualquier revelación de sus actividades. El grado de veneno e histeria expresado por el gobierno estadunidense en sus ataques contra Julian Assange y Wikileaksrefleja una aguda sensación de vulnerabilidad.
julian-assange-wikileaks1Mi padre, Claud Cockburn, descubrió esto en 1933 cuando salió del diario The Times y fundó un periódico radical llamado La Semana, que fue una especie de precursor del Detective Privado. Su cálculo es que había suficiente información circulando libremente en los ámbitos políticos y diplomáticos que era un misterio para el público en general.
Él esperaba que esta pequeña publicación provocara alguna reacción oficial, pero en realidad subestimó su alcance. Desde que comenzó a imprimir La Semana, con sólo 40 libras esterlinas invertidas por un amigo que, sin embargo, no tenía dinero para pagar la promoción de la publicación que fue enviada a una vieja lista de correos. Eran mil 200 nombres de personas que en muchos casos resultaron ya fallecidas, o simplemente, no tuvieron interés en la revista. Después de publicar los primeros números mi padre anunció que el número que ya es seguro pagarán una suscripción es siete.
Justo cuando empezaba a convencerse de que su gran idea sería un total fracaso, lo salvó el primer ministro Ramsaty MacDonald, quien era anfitrión de una conferencia internacional de economía en el Museo Geológico de Londres, en un esfuerzo condenado al fracaso en su lucha por combatir la depresión económica que se vivía entonces. De alguna forma, un ejemplar de La Semana en que se afirmaba que la conferencia estaba muerta desde su comienzo, llegó a manos de MacDonald, quien de inmediato llamó a una conferencia de prensa especial para advertir de la existencia de un oscuro pasquín que, con información falsa y engañosa, pretendía convertirse en profea del desastre. Minutos después de las denuncias de MacDonald, llamadas de suscriptores inundaron a mi padre.
En 2003 me interesó saber hasta dónde las autoridades habían monitoreado las actividades de Claud Cockburn, así que le escribí al director del MI5 y le pedí que desclasificara dichos archivos. Más o menos un año después de mi petición, recibí 26 voluminosas carpetas que contenían miles de páginas de reportes no sólo de funcionarios del MI5, sino también de policías e informantes que habían estado guardados en los Archivos Nacionales de Kew.
Se le menciona por primera vez en un documento de inteligencia militar fechado en 1924 cuando él y Graham Greene, ambos estudiantes de 20 años, visitaron la Renania ocupada sin solicitar visas. Al parecer ambos son escritores, fue la sospecha de quien redactó el informe.
Pero el verdadero interés del MI5 en Claud comenzó con la difusión de LaSemana. Cada detalle de su financiamiento, circulación y plantilla laboral está documentada. Existen memorandos de los servicios civiles, llenos de tachones y rabia, que exigen que se tomen medidas duras contra Claud por criticar a servidores públicos a los que identifica de nombre o por publicar información clasificada.
El aparato de seguridad oficial que se movilizó para monitorear a mi padre fue impresonante. Su correo fue interceptado, y se transcribieron sus conversaciones telefónicas, amigos suyos fueron interrogados y una rama especial de los servicios de inteligencia observaba continuamente sus movimientos.
Por ejemplo, el 30 de marzo de 1940 un oficial de la rama especial que se hace llamar El Observador envió un reporte sobre cómo había seguido incansablemente a mis padres por la localidad de Tring, Herfordshire, y anotado el nombre de cada bar en que se echaron un trago, así comola hora exacta en que entraron y salieron.
El propósito de todo esto era, al parecer, identificar a los contactos que le estaban dando información clasificada a mi padre. Pese al profundo monitoreo, el MI5 nunca descubrió el hecho de que las fuentes de mi padre eran otros periodistas quienes no podían publicar sus descubrimientos en los medios en que trabajaban.
¿Toda esta información dio al MI5 una idea clara de mi padre? La respuesta depende totalmente de la calidad de la persona que interpretó los reportes. Como mucha información de inteligencia, había demasiados datos, todos ellos de calidad muy variable. Por ejemplo, el MI5 tiene buena información del corresponsal de The Times en Berlín, quien originalmente contrató a Claud para el diario. Pero en otras partes del archivo un autoproclamado agente investigador afirma que existe una maquinaria Cockburncon la misión de perpetrar un sabotaje comunista en Europa occidental en caso de que estalle una guerra o revolución. Durante años, la información verdadera y la falsa se mezclaron.
El hábito de reunir obsesiva e inútilmente información oficialafectó a mi padre hasta mucho después de que La Semanadesapareciera. En 1963, Claud era el director invitado de Detective Privado, publicación que reveló que el jefe del MI6, con el nombre clave C era Dick White. Documentos oficiales demuestran que Burke Trend, entonces secretario del gabinete, convocó a una reunión para considerar encausar legalmene a mi padre, pero abandonó la idea a regañadientes cuando se percató de que la identidad de C ya era del dominio público en la calle Fleet, que aloja a buena parte de los medios impresos ingleses.
Al discutir todo el tema de la confidencialidad y los medios con otros mandarines del gobierno, Trend llegó a una conclusión que es una espléndido ejemplo de ofuscación justificatoria: No se trata tanto de ocultar sino de no revelar, y lo que no ha de revelarse no es tanto la verdad sino los hechos.
Al igual que con Wikileaks, mucha de la crítica oficial contra el que mi padre publicara información clasificada en los años 30 era irracional. Al mismo tiempo, enojados funcionarios lo acusaban de publicar chismes e imprecisiones, y le juraban que no se escatimaría esfuerzo alguno en descubrir sus fuentes.Los detractores de Assange formulan argumentos igualmente contradictorios; por un lado desestiman la importancia de las revelaciones y al mismo tiempo exigen su arresto por los graves crímenes que cometió.
Aquí hay algo en juego más allá de que los establishments políticos que tratan de proteger el acceso a una información utilizada como instrumento de autoridad. El verdadero origen de esa ira parecer ser la forma en que la publicación de documentos clasificados, sean o no verdaderas sus revelaciones, socava la capacidad de las élites políticas de presentarse como los guardianes todo poderosos de un conocimiento secreto que es esencial para el bienestar del país.
Lamento que mi padre haya muerto en 1981, mucho antes de que el MI5 desclasificara sus archivos. Siempre sostuvo que el refrán de que Dios está de lado de los grandes batallones era propaganda diseminada por comandantes de batallones para desmoralizar a sus opositores. Le hubiera encantado saber que su publicación guerrillera provocó tamaña furia dentro del gobierno, que por él hizo perder tanto tiempo a los servicios secretos.
Seguramente mi padre opinaría que hoy hay cierta justicia en el gobierno estadunidense que, sin darse cuenta, proveyó de tanta información al mundo justo cuando la cobertura de los medios internacionales está volviéndose irrelevante en casi todo el mundo. La prensa, la radio y la televisión se han visto castigadas financieramente por el Internet, que les roba recursos para tener corresponsales extranjeros. Y de pronto, Wikileaks revela numerosas historias que van desde Argentina hasta Kirguistán o Corea, y que los medios tradicionales hubieran querido cubrir.
La publicación por parte del portal de cables diplomáticos y reportes militares de primera mano no ventila muchos de los verdaderos secretos, pero esto no demerita la importancia de las revelaciones. Éstas ponen al alcance de todos, como mi padre intentó hacerlo en los 30, hechos y opiniones que antes sólo conocían unos cuantos. Durante los últimos seis meses estas revelaciones han pintado un retrato único del mundo desde el punto de vista de Estados Unidos, que coincide con un momento en que el liderazgo político, económico y militar estadunidense está bajo una presión nunca antes vista.
La vergüenza para Estados Unidos no es que haya perdido secretos verdaderos, sino el hecho de que ya no puede fingir que no se entera de las frecuentes acciones criminales de sus propias fuerzas, o de las horrendas acciones de sus aliados.

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