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viernes, 1 de abril de 2011

La irresponsabilidad viaja en lanchas rápidas (I parte)


El fantasma del dolor recorre cada día las aguas del Caribe. No le importa seguir abriendo insondables heridas en una nación que sufre, desde hace más de 40 años, la ausencia de innumerables hijos. Muchos cubanos buscan, más allá de las fronteras patrias, la solución a disímiles problemas. Apoyados por la conocida Ley de Ajuste Cubano, eligen un camino que casi siempre forma parte de una amplia red de tráfico ilegal de personas por vía marítima, cuyo afán de lucro desplaza la importancia de una vida humana.

A petición de algunos de los implicados en esta actividad, hemos utilizado seudónimos en sus testimonios en lugar de los nombres reales.

Hace cinco años ya desde que Mariela P. tomó la decisión que la llevaría a pasar una amarga experiencia en el mar. “Me acuerdo perfectamente de todo lo que ocurrió aquel día. Fue algo horrendo, no quisiera volverlo a vivir”. La voz se le quiebra cuando relata una historia que, al igual que ella, numerosos isleños han vivido de manera similar.

Seguramente el lector pensará en las posibles razones que llevaron a esta mujer del capitalino municipio del Cerro a emprender el peligroso viaje hacia Norteamérica en una lancha rápida que iba sobrecargada de personas. Cubanos que parten en busca del sueño americano o simplemente para reunirse con familiares y amigos.

“Intenté irme porque mi esposo vive actualmente en los Estados Unidos. Nada de problemas económicos ni ideológicos. Yo solo quería reunirme con el padre de mi niña. Él se fue antes que nosotras por esta vía porque se cansó de que la Oficina de Intereses le negara la visa las tres veces que se presentó. Casi todos sus familiares se encuentran allá, por eso deseaba irse. Ellos le pagaron el viaje. Nosotras nos quedamos a esperar que él se estabilizara económicamente con la ayuda de su familia. Luego mandaría a buscarnos de la misma forma.
“Pasados seis meses de su partida, un día me dijo por teléfono que ya tenía el dinero para sacarnos. Desde ese momento me comunicaba con él con más frecuencia que antes. Me decía a quién tenía que ver, lo que debía hacer, las cosas que llevaría en el viaje, etc.

“La salida fue por la costa norte de La Habana. Era un viaje directo, sin escalas, hacia los Estados Unidos. A esa provincia nos llevó mi primo en su carro. En el lugar del encuentro había cerca de quince personas. Desde ahí, un muchacho nos guió hasta un pedazo de la costa muy solitario donde se encontraban veinte personas más. Me dio un poco de miedo ver tanta gente reunida allí, pero no se podía dar marcha atrás. Abracé a Carla y esperamos.

“A eso de las 7:30 de la noche se apareció la lancha. El grupo fue abordándola poco a poco, utilizándose una balsa para eso. A la niña la ayudaron a subir los que estaban encima de la cigarreta, pero en el instante en que me tocaba montar, la balsa se enredó con los motores de la lancha. Me entró un ataque de nervios por la situación que se creó. En mi auxilio se lanzó un hombre al cual le agradeceré siempre el haberme salvado. Entonces vimos que una lancha de tropas guardafronteras se dirigía hacia nosotros. Los lancheros arrancaron dejando a los que no habían podido subir y llevándose a mi niña de tan solo tres añitos. Empecé a gritar y a llorar a más no poder.

“Le conté lo ocurrido a los guardafronteras. Ellos alcanzaron la lancha y advirtieron a los tripulantes lo de mi hijita, pero no hicieron caso. En su recorrido la cigarreta fue interceptada por el guardacostas norteamericano.

“Gracias a Dios, Carla fue entregada por ellos a las autoridades cubanas dos días después en Puerto Cabañas. No te imaginas las horas tan tristes y llenas de desesperación que he pasado ante la real posibilidad de no ver más nunca a mi hijita. No se lo deseo a ninguna madre. Desde esa vez más nunca lo he intentado ni lo haré. Jamás pondré la vida de Carla en riesgo otra vez, nunca me lo perdonaría”.

Su voz se apaga. Minutos después la alegría en persona se abalanza sobre Mariela. Carla acaba de llegar de la escuela. Deposita la pañoleta en la sala y continúa quitándose el uniforme camino a su cuarto. Mariela ríe, pero observa detenidamente la limpia pañoleta azul, un azul que posiblemente le recuerde las claras aguas del mar Caribe.

Autores: Estudiantes de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Tomada del Blog Destinocuba
Balseros

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