El PAN y Calderón tienen una caballada flaca en estos momentos, pero todavía tienen tiempo para preparar un candidato (cualquiera pero más o menos creíble) que les sirva de pantalla para ocultar sus verdaderos intereses, que obviamente estarían con Peña Nieto. Los intereses del PAN y Calderón no necesariamente están con el gobernador mexiquense como persona, sino con lo que éste representa. Ahí está el punto y no deberíamos confundirnos. Esta jugada ya la hizo Ernesto Zedillo: con Fox y Labastida como sus candidatos, uno de oposición (sacar al PRI de Los Pinos) y el otro del mismo partido en que sólo formalmente militaba el entonces presidente de México. (Me adelanto a decir, antes de que los lectores se me vayan a la yugular, que el voto útil que defendí entonces era pensando que con Fox en el gobierno el PRD tendría tiempo para recomponerse y convertirse en una verdadera opción de cambio. Sólo López Obrador y algunos de sus partidarios lo entendieron, pero los demás no y terminaron saboteando a su propio partido, como lo están haciendo ahora.)
La idea en 2000 era la misma que ahora: garantizar la continuidad de las políticas neoliberales en favor de los grandes capitales mexicanos y extranjeros y protegerse unos y otros (priístas y panistas) de los negocios que a trasmano y a veces directamente han venido haciendo a la sombra del poder. El PRD de los chuchos así lo ha entendido, razón por la cual no tiene empacho en aliarse con los panistas como ya lo hizo con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), el mismo que validó la elección de Calderón en 2006.
Si gobierna el PAN o el PRI, da lo mismo para los grandes empresarios que dominan la economía de México. Su negocio es la ganancia y la ampliación de sus empresas en una lógica, ya comprobada, de altísima concentración de capital y de asociaciones de cualquier tipo y con quienes les convengan, sean del país que sean (aunque, de preferencia, de Estados Unidos). Un dato que no debiera soslayarse: los neopanistas y los neopriístas no son iguales a quienes los antecedieron, pero sí son muy parecidos entre sí, como si hubieran estudiado en la misma escuela y se hubieran nutrido de la misma ideología rebelándose de la que sostuvieron sus padres.
PRI, PAN y el ala derecha del PRD, por ahora hegemónica en el partido, son la misma cosa y defienden lo mismo. De aquí que la figura de López Obrador esté cobrando, de nuevo, una gran importancia y se haya convertido, otra vez, en un peligro para México. Están tan desesperados los publicistas del antilopezobradorismo que tratan de vender la idea de que impidiendo la alianza PAN-PRD en el estado de México, AMLO le está haciendo el juego a Peña Nieto. No han faltado los columnistas (¿calumnistas?) que hablan ya de una alianza secreta del tabasqueño con el mexiquense para disminuir al PAN en la entidad federal y en el resto del país; como si el PAN necesitara algo más que Calderón para disminuirse como partido.
Lo que está en juego en estos momentos no es la sucesión presidencial en sí –todavía falta mucho tiempo–, sino el futuro del PRD como partido supuestamente de izquierda y de oposición. Si pierden los aliancistas y quienes están de acuerdo con ellos, el propio Ebrard verá decrecer sus probabilidades de ser candidato o lo será del despojo que quede de su partido. Pero, además, la figura de AMLO se verá beneficiada y quedará claro para los mexicanos que el único líder de oposición en el país es él (¿o alguien puede mencionar a otro?). Están tan alterados los aliancistas que ya empiezan a manejar el argumento de que si AMLO no se disciplina con la dirección de su partido deberá ser expulsado. Así lo ha dicho, por ejemplo, el diputado local de Morelos Fidel Demédicis, a quien, por cierto, ya le han pisado la cola sus propios correligionarios por acciones personales controvertibles.
La película ya la vimos y no todos somos desmemoriados. Lo que ha cambiado es el elenco de actores, salvo uno que antes y ahora es el malo. De manera semejante a lo ocurrido en 2005 y 2006, ahora se ha tratado de limitar la libertad de expresión del ciudadano López Obrador mediante espots del Partido del Trabajo suspendidos por el funesto TEPJF, se le ha vuelto a acusar de lo mismo que hace seis años, la propaganda sucia recorre el ciberespacio y llega a todos los internautas con textos e imágenes grotescos y propios de quienes carecen de argumentos políticos para calificar o descalificar.
En realidad los desmemoriados son ellos, han olvidado que su campaña sucia del sexenio pasado se les regresó como un bumerán, a tal grado, que tuvieron que echar mano de trucos cibernéticos, de un consejo electoral tramposo o, si se prefiere, omiso y parcial y, obviamente, de las resoluciones inatacables del tribunal electoral (así, con minúsculas) que evidenció su inmoralidad al fallar a favor de Calderón y negándose a contar todos los votos.
El clima político se está calentando muy pronto, no se les vaya a quemar el guisado antes del tiempo suficiente para elaborar otro.
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