El 30 de noviembre, el Gobierno aprobó finalmente la reforma universitaria “a la bolognesa” que supone un recorte en la financiación pública, una disminución de las becas, privatización parcial de las universidades, aún más precarización de la investigación, etc. La votación se llevó a cabo en un Senado asediado por los estudiantes. Según diversas fuentes, fueron más de 100.000 estudiantes los y las que se concentraron en las calles de Roma.
Las movilizaciones llevaban dos meses recorriendo todo el país. De Milán a Palermo, pasando por todas las ciudades, las manifestaciones y ocupaciones de facultades, estaciones de tren, edificios públicos… eran una constante. La aprobación de la reforma el día 30 llevó a los estudiantes a la desesperación. Meses de lucha fueron boicoteados en el Senado, lo cual desembocó en duros enfrentamientos con la policía y una fuerte represión.
En ese momento, el movimiento estudiantil comprendió que el objetivo debía ser hacer caer al Gobierno de Silvio Berlusconi y que dicha tarea requería la confluencia de los diferentes movimientos de protesta. Para ello había una fecha clara: el 14 de diciembre. La oposición presentaría una moción de censura en el Parlamento. Las calles debían ser tomadas por el descontento social. Y así fue. El 14 de diciembre estudiantes, trabajadores precarios, empresas en lucha, los afectados por el terremoto de L´aquila hace año y medio, el movimiento contra el TAV… todos tomaron las calles de las principales ciudades del país. Asediaron durante horas el centro de la capital, fuertemente blindado por la policía que estableció una ‘zona roja’ que, según testimonios de compañeros, recordaba a Génova en 2002 en el marco del Foro Social Europeo.
La moción de censura no fue aprobada. Los medios llevaban semanas hablando de una posible compra de votos por parte del Primer Ministro y, casualmente, ese día varios diputados pasaron al bando de Berlusconi a última hora, permitiendo que éste siguiera en el poder. En ese momento, cuando se consumó la estafa, la rabia invadió las calles de Roma. Como podemos ver en las imágenes y vídeos, fueron miles los manifestantes que se enfrentaron a la policía demostrando su descontento hacia un sistema político cada vez más podrido y una crisis que cada día duele más en las condiciones de vida de los italianos.
Ahora queda un Gobierno de Berlusconi en minoría, con el único apoyo de los filofascistas de la Liga Norte, que tendrá que gestionar en los próximos meses una economía italiana que pasará por momentos realmente malos. Pero en el otro lado queda un movimiento cada vez más fuerte, que se sabe capaz de poner al gobierno contra las cuerdas y que se ha construido de forma muy amplia, llegando a grandes capas de la sociedad. Después de las vacaciones tienen que superar el impulso desmovilizador de los exámenes (que en Italia, por el sistema que tienen, no lo es tanto) y transimitir a los y las compañeras la idea de que en estos momentos de crisis la lucha es más necesaria y útil que nunca. La caída de Berlusconi está hoy más cerca que nunca, y la convocatoria de elecciones en la primavera de 2011 sería una victoria insólita para el movimiento estudiantil.
Desde el Estado español, debemos extraer dos principales conclusiones de la experiencia italiana. Por un lado, que la existencia de estructuras estables de autoorganización estudiantil (los Coletivi), con experiencia de años ya, supone una herramienta muy útil para la construcción de un movimiento amplio. Esto permite que, a la vez que se realiza un trabajo de base de movilización en pasillos y aulas, se pueda establecer una coordinación a nivel nacional, lo cual hace mucho más efectiva la movilización; y, por otro lado, la capacidad del movimiento estudiantil italiano para confluir en sus reivindicaciones con otros movimientos.
Sabemos que los estudiantes solos no tenemos la capacidad de paralizar un país pero, como demuestran las movilizaciones de este otoño, sí tenemos la capacidad de activar la lucha en otros sectores. Si los estudiantes italianos no hubieran empezado las protestas, difícilmente se habría conseguido la movilización unitaria del 14 de diciembre. Y, si los estudiantes italianos dejan ahora de luchar, será muy improbable que los sindicatos convoquen una huelga general que pueda hacer caer al debilitado Gobierno de Berlusconi.
El movimiento estudiantil, ni en Italia ni aquí, tiene las maderas y el combustible. Pero si se organiza bien y está dispuesto a luchar, puede que sí tenga las chispas que prendan el fuego.
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